La diversidad biológica o biodiversidad se entiende como la variedad y variabilidad de los organismos vivos, tanto silvestres como domésticos así como los ecosistemas marinos, terrestres o acuáticos de los que forman parte, comprendiendo la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y de los ecosistemas.
Los ecosistemas proporcionan múltiples bienes y servicios que son esenciales para la
supervivencia humana, siendo algunas comunidades indígenas y rurales grandes benefactoras de
muchos de estos bienes y servicios para sus formas de vida.
Dichos recursos biológicos son imprescindibles para la humanidad, no sólo porque suministren
alimentos, medicinas y productos industriales, entre otros, sino porque proporcionan también,
y cada vez más, beneficios de tipo ambiental, cultural, social y científico. Así, la conservación
de la naturaleza no sólo es una obligación ética, sino que se ha convertido en una necesidad de
supervivencia.
Los ecosistemas están sujetos a muchas presiones naturales y a las producidas por el hombre,
incluyendo entre éstas últimas aquellas generadas por una creciente demanda de recursos; la
explotación selectiva o la destrucción de las especies; el cambio en el uso o la cubierta de los
suelos; el régimen acelerado de la deposición de nitrógeno por causas humanas; la contaminación de
los suelos, aguas y aire; la introducción de especies no autóctonas; la desviación de aguas hacia
ecosistemas gestionados de forma intensiva y sistemas urbanos; la fragmentación o unificación de
paisajes; y la urbanización e industrialización.
Los cambios en el clima ejercen una presión adicional y ya han comenzado a observarse sus
efectos en la biodiversidad. Dichos cambios, en especial la subida de las temperaturas en algunas
zonas, están produciendo las siguientes alteraciones:
En la estación de reproducción de animales y plantas así como la migración de los animales.
En la extensión de la estación de crecimiento.
En la distribución de las especies y el tamaño de sus poblaciones
En la frecuencia de plagas y brotes de enfermedades
En la actualidad, inclusive algunos ecosistemas costeros o en altitud y latitud elevadas
también se han visto afectados por los cambios en el clima regional.
Conscientes de la problemática, en los años setenta comenzaron a adoptarse una serie de
instrumentos legales con los que intentar detener el deterioro, mediante una política de
conservación de los componentes más amenazados del patrimonio natural. La cima de esta concepción
se alcanzó con la firma de una serie de convenios internacionales de gran respaldo institucional,
que a su vez influyeron en la aprobación en el mismo sentido de las legislaciones de conservación
en la mayoría de los países.
En los años ochenta puede considerarse que comenzó una nueva etapa, con la confección de
la Estrategia Mundial para la Conservación de la Naturaleza. En ella se propone el
concepto de desarrollo sostenible, señalando la necesidad de un desarrollo basado en la explotación
de los recursos no más allá de los niveles que permitan su regeneración y la absorción de los
impactos por los ecosistemas. Posteriormente se acuña el término biodiversidad y la naturaleza deja
de verse como un conjunto de componentes aislados. La respuesta institucional a esta nueva
concepción ha sido el
Convenio sobre la Diversidad Biológica, firmado en la Conferencia de las Naciones Unidas de
Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Río de Janeiro en 1992.
Este Convenio se plantea como finalidad el conocimiento y la conservación de la biodiversidad
en su conjunto, proponiendo como herramienta básica, el uso racional de los recursos
biológicos. Esto supone la consideración de la conservación de la biodiversidad como
responsabilidad común de la humanidad. El Convenio también se establece la necesidad y la
obligación de que las partes contratantes elaboren estrategias, planes o programas nacionales en
relación con los objetivos del mismo e integren la conservación y la utilización sostenible de la
diversidad biológica en los planes, programas y políticas sectoriales e intersectoriales.
España, al compartir y perseguir estos mismos objetivos, ratificó dicho Convenio el día
21 de diciembre de 1993. Por ello, y como respuesta a esta obligación aceptada, el Ministerio
de Medio Ambiente, en el marco de sus competencias, tomó a su cargo la coordinación del
proceso de elaboración de la
Estrategia Española para la Conservación y el Uso Sostenible de la Diversidad
Biológica.
Este proceso se ha desarrollado bajo la idea de la más amplia participación por parte de los
colectivos interesados en su elaboración, constituyendo mesas sectoriales de trabajo integradas por
la Administración General del Estado, las Comunidades Autónomas, la Administración Local, los
investigadores y centros de investigación, las organizaciones no gubernamentales dedicadas a temas
ambientales y los agentes sociales.
En ella se establece un marco general para la política nacional de conservación y utilización
sostenible de la diversidad biológica, se diagnostica el estado de nuestra biodiversidad, se
identifican los procesos que están causando su deterioro y los sectores productivos que los
provocan, y se indican tanto las directrices que para cumplir con la finalidad propuesta deberán
seguir los futuros planes sectoriales y programas específicos, como algunas de las medidas que el
Estado, las Comunidades Autónomas, las Corporaciones Locales y la sociedad en general deberán ya
adoptar.
Finalmente, la Estrategia española debe entenderse como el puente natural entre la que está
elaborando la Unión Europea para el ámbito comunitario y las que deseablemente deben elaborar las
Comunidades Autónomas como responsables de la aplicación de medidas y acciones sobre el territorio,
debiendo ser coherente con aquélla y constituir marco para éstas.
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